Las plantas son un puente entre nuestro mundo y el del suelo. Nos indican la salud de la vida microbiológica y son nuestro mejor acceso a su increíble riqueza. Su existencia nos permite inocularnos con la memoria de la tierra y, a menos de que vivas del aire, de su sano desarrollo también depende el de todos. Tienen una importancia más que obvia para cualquier organismo sobre este planeta y no dejan de sorprendernos con nuevas cualidades en todos los ámbitos, desde el médico hasta el nutricional. El vegetal, es un mundo tan extenso que parece imposible saber todos sus secretos, por lo que no queda más que contentarse con poco a poco poder entender lo que nos enseña.

Esta, nuestra principal fuente de alimento, migró del mar a la tierra hace aproximadamente 430 millones de años junto con microorganismos y animales que ayudarían a su supervivencia. Formó relaciones con su entorno para mejor adaptarse a las condiciones fuera del agua, desde los pantanos hasta los más secos desiertos se adaptó a cuanto obstáculo tuvo. Hoy sigue habiendo más especies de plantas de las que conocemos, aunque se calcula que desaparecemos una al día, su diversidad es tal que apenas nos acercamos a conocer sus propiedades, su interacción con el suelo e igual de importante, con el cuerpo humano.

Las plantas son mucho más que saqueadoras de nutrientes, ellas también aportan su producción de energía que secretan a través de las raíces. Estas secreciones se llaman exudados, son algo así como el sudor de los humanos y están formados por carbohidratos (incluyendo azúcares) y proteínas. Este intercambio energético se lleva a cabo en la rizósfera (el área alrededor de las raíces) que bajo el microscopio sabemos que contiene bacterias, hongos, nemátodos y protozoas entre otros. Siempre en constante simbiosis con algunos organismos y en competencia por los valiosos exudados con otros .

Al final de esta red alimentaria están los hongos y bacterias, que son atraídos y consumen los exudados de la planta. A cambio, atraen y son consumidos por microorganismos como los nemátodos y protozoas, que con su energía activan sus funciones metabólicas y lo que no necesitan lo excretan como desperdicios que las plantas absorben como nutrientes. Las plantas son el centro de la vida en el suelo, a tal punto que diversos estudios indican que pueden controlar los diferentes tipos de hongos y bacterias que atraen a través de cambios en la química de sus exudados.

Imagina a las bacterias y los hongos como pequeñas bolsas de fertilizante, reteniendo nitrógeno y otros nutrientes que captan gracias a los exudados de las plantas y otra materia orgánica. Piensa en los protozoas, nemátodos y lombrices como tus fieles trabajadores que distribuyen ese fertilizante (los desechos de hongos y bacterias) por tus cultivos. Y entiende a las plantas como los grandes orquestadores de esta sinfonía. Este sistema natural funciona gracias a sus exudados y depende de esta delicada interrelación para que regrese al final como nutrientes y puedan ser consumidos por el humano.