A escasos milímetros de la superficie se encuentra una de las columnas que mantiene la vida en la tierra, un mundo de simbiosis y competencia en eterna adaptación al entorno y constante amenaza. Es sencillo, la vida del suelo está en los organismos microbiológicos que lo habitan. Entender esta relación natural de la vida es promover su protección y desarrollo saludable, es promover la biodiversidad que deriva en la permanente evolución de los ecosistemas y con ella, la sana viabilidad de la raza humana. Con solo observar el suelo, la naturaleza nos enseña el increíble trabajo que desempeña.

Cuando cualquier organismo de la cadena alimentaria del suelo muere, se convierte de inmediato en alimento de alguien más. Ya sea como mierda de algún predador, o como cadáver, todos los organismo terminan siendo presa de hongos y bacterias que terminan por retener, descomponer y rehabilitar, también con su muerte, los nutrientes en el suelo. Sin este sistema, los nutriente más importantes se drenarían con las lluvias y serían arrastrados por el viento. En vez de guardarse en los cuerpos de los microorganismos, terminarían en los mantos acuíferos contaminando con un exceso de nutrientes ríos y mares.

Pero la vida en el suelo proporciona más que nutrientes, proporciona estructura. Los protozoas y nemátodos que se alimentan de hongos y bacterias atraídas por los exudados, son a su vez devorados por antrópodos como insectos y arañas, que a su vez se comen entre ellos mismos o son devorados por serpientes, aves, topos y otros animales. En el curso de esta cadena alimenticia las bacterias, hongos y desechos de otros microorganismos se adhieren a diferentes partículas de suelo formando agregados de nutrientes difíciles de drenar. Todos se mueven en busca de comida, de presas o de protección y mientras lo hacen, mejoran la oxigenación, estructura, drenaje y retención de nutrientes del suelo.

También hay hongos y bacterias patógenos (nocivos) para la salud del suelo. Por eso un suelo saludable es aquel que tiene una gran diversidad de vida, pudiendo haber hasta 30,000 diferentes especies de bacterias en una cucharada de suelo en buenas condiciones. Una comunidad biodiversa crea una mayor competencia por alimentos, y si además promovemos la microbiología benéfica, resulta en la derrota y muerte de los patógenos. La diversidad y competencia entre organismos no permite que ninguno se vuelva tan fuerte como para destruir la red alimenticia del suelo. Así se mantiene la equidad de condiciones y sucesión en las cadenas de nutrientes que permiten a las plantas un óptimo estado de salud y defensas.

Una vida biodiversa y en comunión en el suelo es la mejor protección para las plantas y un seguro de vida para las generaciones futuras de cualquier especie. Promover la microbiología benéfica es muy fácil y con algunas sencillas prácticas es posible mejorar la salud de cualquier ecosistema, terreno o parcela. A escasos milímetros se encuentra un mundo lleno de vida, una fábrica de energía y nutrientes con miles de millones de años de experiencia. Vivir en la tierra implica una responsabilidad con el futuro de la humanidad, por eso es deber de todos cuidar y fomentar el equilibrio de estas delicadísimas relaciones que rigen la vida.